Parece que fluya lento
el tiempo y pasa volando.
es constante y, para cuando
te enteras, todo está lejos.
Tres años ya hace que crece
en mi pueblo, en la campiña,
un zumaque de Virginia,
que ajeno al tiempo parece:
no pierde hojas con los días,
como un taco de almanaque,
todas las pierde el zumaque
al llegar las noches frías.
En memoria de un amigo,
plantó, a su muerte, un paisano,
más que amigo, casi hermano,
este arbusto que es testigo
de ese paso inexorable
del tiempo, que difumina
los recuerdos y elimina
los que no son imborrables.
Quedan recuerdos de barra.
de bar, cubata y cigarro,
mano a mano, trago a trago,
de algunas noches de farra,
de moderada alcoholemia,
que abría a veces la espita
de la nostalgia infinita
de aventuras y bohemia,
entre ocurrencias y chanzas,
sacando punta a la vida,
la soñada y la vivida,
o evocando las andanzas
más gratas, de preferencia,
no faltando alguna mala
como unas que, en Guatemala,
le sirvieron de experiencia.
Lacónico y reservado,
este amigo, que lo era,
no se abría con cualquiera,
sólo a algún privilegiado.
Aunque era hermético el tipo,
irónico y socarrón,
era de buen corazón,
de su familia arquetipo.
Sufrido y duro consigo,
-de casta le viene al galgo-
podía ser sin embargo
excelente como amigo.
Según me dice el paisano,
tiene un recuerdo imborrable
de ese su amigo entrañable
que era, por suerte, mi hermano.
© Xabier Abando, 11/08/2020