Llueve en este momento.
Me deleito viendo la lluvia caer.
El olor a tierra mojada rememora en mí:
Generosidad. Terreno que se ofrece para ser trabajado, sin oponer resistencia, sin ninguna preferencia, se da para ser tratado.
Laboriosidad. El andino de mi tierra que se levanta sin tardanza para dedicarse a la labranza, con la esperanza de que la cosecha se le dé en abundancia.
Transcendencia. La grandeza del creador, que siendo también labrador, crea la tierra con fervor, señal de su gran amor.
Serenidad. Mi paz interior, esa tranquilidad superior que me hace entrar en el misterio de mi ser, en su bruma enriqueciendo así mi pluma.
Nostalgia, de mi tierra lejana, tanto amada. Dolorosa en mí se hace la distancia. Una simple fragancia, acre, sutilmente fuerte en su sustancia, me hace regresar a mi infancia, a mi adolescencia, a mis amores allá lejos en aquella pobre estancia.
Tu persona, amor de mis amores. Ese tu olor cuando me despierto en la mañana, cuando te busco, te abrazo, te atraigo a mi sin maña. Me pierdo en tu pecho generoso, recostándome y durmiéndome de nuevo en tu dorso.
Sigue lloviendo a cántaros, la tierra entera empapada.
Mi mirada cansada se pierde en la lejanía, más allá de la cerranía, dando sosiego y dulzura al alma mía.