...Ese dia las melodías suaves de las avecillas cantoras del roble no sonaron mas, la brumosa neblina opacó el haz de luz en los girasoles, algo parecía subyugar la brisa del amanecer y convertirlo en un viento desolador.
Ese día en que partí rumbo a la ciudad, aún sentía el olor a polvo que levantaron los caballos al arar la tierra por ultima vez. La granja era todo lo que conocía, y a su vez ella me conocía a mi incluso mejor que yo mismo, la soledad que nos acompañó nunca me aquejó, nos perteneciamos.
La despedida llegó y los años pasaron, las sequías mas largas y los inviernos mas fríos se llevaban consigo retazos de mi esperanza de volver a ver el reverdecer de los arboles, no quedaba mas que el recuerdo que me atormentaba noche y dia, y esa sensación de sentirte lejos de casa cuando esta apunto de caer la noche
Cuando por fin pude regresar dispuesto a no ver mas que las sombras del pasado me sorprendí...
Los girasoles inundaron el lugar, de ellos se desprendía un suave perfume embriagante, y de sus pétalos se reflejaba la alegría de los melifluos hazes de luces multicolores que plasmaban el lugar, y las melodías de las avecillas con sublimes tonos alegraban los sentidos.
Ahí fue cuando comprendí, la naturaleza sigue su caudal y nada puede interrumpierlo, ningún lugar necesita de alguien y nadie pertenece a ningún lugar, la belleza del dejar ser esta en lo pasajero, a fin de cuentas la felicidad solo la encuentras a ratos, tan pasajeros, efímeros...