Besa el suelo, hijo,
es tierra sagrada
llena de virtudes
que hospeda en esencia
a las experiencias.
Besa el aire, hijo,
que es viento santo
lleno de esperanza
que invitan en ráfagas
a las alabanzas.
Besa el cielo, hijo,
que es bendición
divina donde mora
el alma como paloma
de plumaje blanco.
Besa el fuego, hijo,
porque tu obediencia
es la espada de la fe
que vibra con la lira.
Y si después de estos besos
no llegaras alcanzar el paraíso,
no busques truenos
que se estremezcan,
ni reproches que te envilezcan,
tus acciones fueron
como coronas y laureles
para alcanzar la gloria.