andrea barbaranelli

La tormenta

La tormenta que se había asomado

a nuestro cielo, oscurándolo con nubes

encendidas por rayos, ha cedido

a los soplos del viento que la arrastraron

hacia otros cielos, dejándonos

el gusto insatisfecho de un buen aguacero

que mitigaría el bochorno

y de una irrepetible pirotecnia

con truenos rompedores y centellas incendiando

la noche de repente caída.

El jardín aguardaba

que lo estropearan desenfrenadamente

esas terribles manos del cielo

y el tilo que lo sacudieran hasta la médula

el agua y el viento

de la tormenta esperada con ansia

y de pronto abortada.

Ni siquiera hay materia para una moraleja

o un apólogo

a menos que no se quiera

repetir el rancio tema de la imprevisibilidad

de los eventos naturales

de una forma u otra coherente

con la imprevisibilidad de la suerte

que gobierna la vida de los hombres

en este planeta sumiso

a la dura necesidad

y a sus caprichos,

la necesidad,

la ananké

de los Griegos antiguos,

a la cual incluso los dioses

han debido someterse

y continúan sometiéndose.