Que tienes tú mujer, pues
desde la primera vez que
supe de ti, en mi dejaste
huella, es nada sencillo, si
olvidar pudiera no querría,
si quisiera tampoco podría;
hoy en mis pensamientos
eres quien repuja el relieve
dejando montañas de lusión
valles de luz, ríos de anhelo.
Dibuja el brillo de tus ojos
dorados atardeceres, en
los que inventas nuevos
tonos y matices, tiñiendo
con cálidos pincelazos
cada esquina de mis días,
soy tu lienzo y caballete,
pinta en mí una historia,
que sea indeleble y sin
prisa fundida con la tuya.
Aquí me tienes como un
ansioso adolescente, uno
que está esperando ese
maravilloso momento en
el que pueda robar a la
fortuna la dicha y privilegio
de respirar los mismos
segundos, congelando
las agujas del reloj para
compartir aire y espacio.
Brasas de un vivo fuego que
vamos juntos encendiendo,
tú el oxígeno, yo los leños,
combustible que por ti se
consume; se deshacen mis
horas mientras descuelgo
del calendario las hojas que
tapizan el suelo de espera,
promesa de un viaje donde
el regreso es lo prohibido.