Muchacha,
tú muchacha
que estás envuelta en pétalos de nomeolvides:
cuéntame un cuento,
o mejor, cántame un sueño.
Prométeme que iremos al último bosque
y que allí reiremos y cantaremos,
y que si llegásemos a conversar
no será de penas y dolores,
y que si llegásemos a llorar
no será con lágrimas frías.
Yo en cambio, te prometo
estar allí jamás un rato,
pero sí un instante infinito,
pero sí una eternidad relámpago.
Vamos y busquemos entre helechos y pinos,
en las madrigueras y entre las raíces,
mientras cae el rocío al alba,
y al compás de las pléyades en el infinito,
busquemos las alegrías refundidas y las ocultas
así las hallemos con disfraces de ciprés.