somosnada

Familia

Es probable que muera antes de tiempo, como todos en mi familia. Agotada de callar todo lo que siento, todos los secretos que heredamos y que nos unen aunque nos neguemos a aceptarlos, pero es imposible, nos atraviesan la carne incluso antes de que demos nuestros primeros pasos, nos implica a todos saber la verdad, porque juran en nuestro nombre incluso cuando todavía estamos en el vientre de nuestra madre.

Nos alimentamos de eso, de secretos deshidratados entre de copas de vino y latas de cerveza muy entrada la madrugada. Porque nos crían para soportar lo peor, como hienas salvajes. Hasta el último momento con las cortadas al aire, porque siempre hay una cicuta, una hierba, una vieja bruja que nos curará de todos los males, aunque las cintas rojas nos corten la circulación, aunque los collares de perlas nos asfixien toda la sinceridad y nos hagan casi explotar el pecho.

Todas las mujeres de mi familia tienen el mismo tono de voz, aquel tan fuerte que hace a todos los hombres callados temblar, porque nacimos con el mismo dolor en el vientre preparadas para sentir todas las agonías al mismo tiempo como una mata de fuego que espera a apagarse pero sólo consigue avivarse más y más.

Procuramos siempre visitar el mismo río, aquel donde mi abuela descansa, aquel donde todos fuimos un poco felices alguna vez.  

Cuando ya no exista más me gustaría descansar allí, en la arena donde mis pies se hunden, donde las plantas crecen entre las piedras porque son más fuertes que cualquier asfalto, donde el agua del río inunda las calles en noches de sudestada. Me gustaría morir escuchando las olas chocar con violencia el murallón, aquel donde dejé mi nombre un verano y todavía sigue estando.

Me gustaría poder creer en que no voy a desaparecer para siempre cuando me marchite, que hay otra vida después de la vida, me gustaría creer que cuando mi alma se escape de mi cuerpo yo estaré en otro mundo, tal vez en uno más pequeño que este, tal vez en uno más amable, donde tal vez tengamos aletas en lugar de manos, donde no tenemos que buscar otro sustento más que del mismo aire, donde nos llegan moléculas y proteínas de las plantas, tal vez un ciego escritor argentino tenga razón y la muerte sólo nos libre del sol, la luna y del amor (porque la obligatoriedad al amor familiar no existe, sólo existe una que otra especie en extinción).