Si era el año 1955, en el invierno aquel tan álgido, tan frío y tan condescendiente cuando la muchacha Augusta de la Paz, se dejó llevar por el tiempo, por el frío y más por la inseguridad sin todavía hallar un amor y todo por culpa de su padre. Camina sola y sin tiempo segura de sí misma, impecable, y sin ser distraída, pensando y sólo pensando y llegando a conclusiones y tan frías como aquel invierno gélido que pasaba por el pueblo El Chuldre. El pueblo yá sabía de todo, era un vocero a grito a voces lo que el padre de la muchacha Alejandro de la Paz le hizo a la muchacha Augusta de la Paz, a su hija favorita aunque tenía otras tres más. Augusta de la Paz, una muchacha seria, y con gran ímpetu en sobrevivir en un pueblo y en soledad sólo quiso ser libre, buscar su propia libertad, y más en ser la muchacha que nadie podía creer, cuando en el augurio de la voluntad se hizo y se realizó como mujer buscando siempre a su propia libertad de espíritu y más, que su alma volara hacia el lugar donde mejor podría estar y permanecer: en el corazón de un hombre bueno. Ella viaja de pùnta a pùnta al pueblo en su carruaje elegante confeccionado para ella y elaborado para llevar sus vestidos hechos exclusivamente para ella. Augusta de la Paz, quedó a la deriva cuando su carruaje se detuvo en la plaza del mercado del pueblo y por un desperfecto mecánico, el chofer no supo qué hacer. Hacía mucho frío, la temperatura del ambiente estaba casi a cero grados. Fue y será aquel invierno álgido, en el cual, se conoce un amor, una pasión y una fidelidad que será para toda la vida. Augusta de la Paz, se hallaba solitaria, desprotegida y en una soledad que le acechaba más el cuerpo cuando su carruaje se detuvo por un mal desperfecto mecánico en el mismo lugar donde conocería a su verdadero amor, al único y al salvador de su desgracia. A David Andrés. David Andrés era un joven pobre, pero, digno de ser un caballero en toda la extensión de la palabra. Cuando su madre murió quedo huérfano de ella, y su padre nunca lo buscó, por ser un irresponsable con él. Su madre una campesina del pueblo, amó un día a un señor rico, el cual, cuando supo de que ella estaba embarazada no se hizo cargo de ella ni de la criatura, pero, él juró, de que si un día lo hallaba con vida le iba a hacer pagar todo lo que le hizo a su madre y a él. Cuando en el ámbito del pasaje de la vida, sólo quiso ser como el águila que vuela alto y que no se esconde de nada ni de nadie es un ave rapaz, capaz de solventar y de sobrevivir en su hábitat, pues, así quería ser. Capaz de ver el cielo de azul y con nubes blancas, dejando atrás el frío de aquel invierno álgido, friolero y tan frívolo como el haber dejado varada a una joven y tan hermosa, así a medio día, y más en la plaza del mercado del mismo pueblo donde ella residía. Ese era el camino para poder llegar a su casa en el pueblo El Chuldre. Cuando, de vez en cuando, ella pasaba por allí en busca de víveres y comestibles, pero, que nunca se pudo imaginar encontrar y hallar a un hombre tan corpulento y tan recio y tan rudo como David Andrés. Un joven como nadie, trabajaba para sí, para poder sobrevivir en la amarga soledad que le dejó su madre al morir. Cuando, de repente, el joven David Andrés, pasa por el lado de ella, y la mira a sus ojazos azules y a su piel con pecas, y a su sombrero de medio lado, vió en ella una mujer cálida a pesar del frío que hacía allí. Vió lo que nunca, a una joven casi decidida, y satisfecha con la vida, pero, algo no encajaba y era que le faltaba un amor. Un amor para la historia, para su vida y para su esencia de mujer que le hacía menos segura, pero, ella siempre con su elegancia, con su porte de mujer, y muy esbelta con su traje lleno de enaguas que le hacían ver y sentir una mujer como nunca antes en el pueblo y si era la envidia de muchas en el pueblo. Su padre Alejando de la Paz, la llamó en directo por un telegrama, el cuál, se tardó como tres días en llegar al pueblo por lo mucho que la comunicación estaba llena a capacidad total por los del pueblo comunicándose con sus más allegados que vivían en la ciudad. Ese telegrama se pierde. Si, mientras tanto, ella varada allí, en medio de la plaza del mercado, se vió forzada a dejar su carruaje allí y caminar hasta llegar a su casa, porque el chofer no halló mecánico alguno. Si, de pronto, llegó David Andrés, con una sonrisa de oreja a oreja. Él, yá la había visto por el cristal del carruaje, sólo que le faltaba era conocer a la dulce muchacha de ojazos azules y de piel de porcelana con su abrigo, porque ese invierno del ‘55, no fue como otro igual, tanto frío que llegó en ser el más gélido de la historia en el pueblo El Chuldre. Lo miró de reojo, al chofer, un señor bajo de estatura y muy serio, pero, sin tener ni una gota del conocimiento en mecánica que él tenía. La muchacha se torna indispuesta con el joven, pues, para ella, era un pobre campesino del pueblito. Lo trata muy mal, haciendo que éste se enojara con ella. Haciendo valer su esencia y más su dignidad de hombre inculto, pero, digno de honor y de respeto. Cuando, de pronto, le cae a la joven, en su traje tan elaborado de color rosado con blanco, una mierda de paloma en su hombro izquierdo. Él, David Andrés, trató de que ella lo supiera a tiempo, pero, la mierda le vino encima, si al fin y al cabo, la suerte era toda de ella. Ella trató de disimular, pero, era mayor la vergüenza que pasó, que el mal comportamiento que tenía ella para con el joven David Andrés. Si David Andrés, pudo arreglar bien el carruaje de la señorita, cuando le paga con dinero y se vá la muchacha hacia su casa en el pueblito El Chuldre.
Ella, Augusta de la Paz, sólo sintió un mal encuentro entre un hombre corpulento y una muchacha, supuestamente pudiente. En la noche sólo pensó en él, como algo imposible de hallar nuevamente cerca de su hogar en el pueblito. Sólo lo conoció y supo que era su amor porque le latía el corazón muy fuerte. ¿Cómo volver a verlo?, se preguntaba ella, como si fuera una adolescente de escuela. Si su vida fue como un torbellino de momentos inocuos, de desenfreno total y de una locura en tortura. Cuando ella tomó un desafío y fue el de venir desde tan lejos a vivir sola, con tan sólo un chofer y uan criada. Hacía lo que venía en gana, menos en desobedecer a su padre Alejandro de la Paz. Sólo se dió una virtud en descifrar lo que ocurrió más en el corazón. Un latido y un sólo palpitar en el mismo coraje del mismo corazón. Cuando en el silencio de su dormitorio se debió de automatizar la espera tan inesperada de creer en la sola razón sin llegar a la terrible locura en ella misma. Como lo fue derretir el mismo corazón en un instante en que se electrizó la forma más ingrata de ver el cielo con nubes blancas y en ver el deseo inerte y sobrio sobre la mesa o el buró. Dejando estéril al mismo corazón. Cuando sólo lo pensó y lo imaginó y supo pronunciar su nombre David Andrés. Cuando en el camino se debió de alterar su cometido por pensar en un hombre a su edad y no de su altura. Pensó e imaginó lo que nunca y quedó compungida. Cuando en el instinto y tan distinto sólo socavó una sombra o una penumbra. Y fue el de creer en el amor ciegas y sin sentir la vida misma en la misma piel. Sólo amó lo inalterado, lo inconsecuente, lo débil y lo más abstracto de la vida misma como la luz de todo un sol que atraviesa a la piel dejando un sólo calor. Si era el aquel invierno álgido y tan friolero como la propia piel sin abrigos. Sólo en el albergue de un desatino, como un mal comienzo o como un triste final se debió de atraer lo más impertinente de un mal suceso, cuando en el coraje de saber que él no podía ser su amor ni su más grande pasión.
Continuará……………………………………………………………………………………..