Digamos, un ligero estado de obnubilación.
Donde la mirada, se oculta tras de sí misma.
No tras la salobre catarata lacrimosa y húmeda
en la selva oscura y densa de una frustración.
Supongamos, la luz negada a ojos tristes
surcando el cielo Desde oriente hasta el poniente.
Con la justicia de los astros; no divina: reticente.
Bajo el arco funesto y secreto de la presunción.
Imaginemos a todos los que aman desposeídos.
De sapiencia, de bienes, de nación y de fronteras,
incapaces de ver la libertad enlutada en la ceguera
erigiendo sórdidos imperios de eternas soledades.
Soles, dorados ojos, sublimes, de tonos crepusculares
demorad el cruel réquiem que la existencia de mi ser denigre,
dad el ansiado consuelo de la luz, a mi alma desértica.
Y la lumbre de tus ojos, adornados por pétalos de piel de tigre.
«De la luna, tengo no más, una vaga ilusión borrosa de su efigie.»
Pertinaz, alguna que otra noche insiste en hacerme una elegía
Padeciendo conmigo sus fases, en desmesurado sufrimiento.
Complicando el transcurrir del tiempo, pesadumbre en mi agonía.
Si he de vivir a luz de faro, pronostico solemne mi hundimiento.
Mis pupilas contraídas solo admiten las centellas vitales de tu reflejo.
Tu ausencia cosificó mi tristeza en la osamenta frágil de hombre.
Los surcos inextricables del destino escriben vivaces: advenimiento,
mientras en la oscuridad del túnel, vislumbro la opacidad de los espejos
de cuando en vez, si escucho que alguien dice dios: pienso en tu nombre.