Si Augusta de la Paz sabía lo que era el invierno frío y más en la piel sin tener un amor que le brinda calor en los momentos de soledad y de ternura. Y sabía más, que el tiempo apremia como una soga en el cuello y que el tiempo se iba de manera tal, que la dejaba asfixiaba de amor y de locura adyacente por falta de ese amor que no llegaba a su corta vida. Cuando en el ocaso del tiempo, se vió reflejado en el cielo una penumbra adyacente de ira y de odios por no saber que el amor no llega como ella, Augusta de la Paz lo augura y lo espera. Ella, sólo pensaba en su dormitorio que qué fácil era amar, pero, en ser correspondida iba mucho trecho en saber que el destino sería, tal vez, inocuo para con ella, pero con su vida fue muy dañino. El amor siempre era y será el dador de vida, la vida en el latido en el corazón, y más la esencia perfecta en poder vivir hacia nuevos rumbos y valimientos buenos. Ella, Augusta de la Paz, siempre será la que espera, la que lleva una marca trascendental y una realidad de mano a mano con el propio destino y sin saber que el camino la llevaría hacia nuevos desatinos. Cuando en el albergue de la superación nunca logró ser correspondida. Cuando en el momento clave en ser amada, se llevó como una hoja el viento el amor de ella, tan perfecto y tan real, que lo pensaba y lo imaginaba y más lo amaba en un secreto tan delictivo que la llevó por el camino mágico y trascendental. Cuando en el amor no se profileró como imperfecto son los errores y con demasiada irremediable hipocresías de un amor yá funesto en el aire y en la manera de creer que lo tendría yá entre sus brazos, pero, no, no fue así, sino que vió, a através, de sus propios ojos el mirar de una joven con sueños truncados y con demasiada vil e imperfecta sensación de un sólo tiempo. Cuando en el mismo principio de amar se vió atormentado la perfecta sensación de querer sentirse amada y más contemplando aquellos brazos corpulentos y fornidos de David Andrés. Y, otra vez, el nombre del joven en los labios de Augusta de la Paz, sí fue y será el invierno aquel álgido, pero, tan real como la misma impoluta verdad. La ufana verdad quedó por siempre grabada y adherida a su piel y más a sus ojos por un amor y una pasión tan clara como los ojos propios de Augusta por el amor invernal que había llegado quizás tarde, pero, muy certero. Si Augusta de la Paz, se quedó como el final de un funesto instante en que más se electrizó la forma de amar y sí, ella sólo quería amar. Y el momento se entrelazó más como un lazo o un nudo en que no se podía soltar. Y era ella, Augusta de la Paz, la que en el amor a ciegas y tan profundo en la manera de sentir el silencio se vió naufragando en el mar hondo y perdido. ¿Cómo no es posible que el amor se sintiera como una gota de rocío en la hoja verde en una sola mañana?. Cuando en el alma soslayó con una sola lágrima en el rostro por ser la joven sin un amor verdadero. Cuando en el alma no había triunfado como un verdadero amor sin la luz de un relámpago que siempre dicen que el amor observa y que siente. Y Augusta de la Paz, entre aquel invierno álgido, y tan frío como las mismas manos sin guantes. Cuando en el alma se debió de sentir en lo más suave del destino y en lo más pernicioso de un sólo camino, pero, sin amor ni de la pasión buena. Cuando en el soberbio instante se amarró la ausencia como un amor funesto, porque aunque él no supiera de su amor lo tenía muy arraigado a su propia alma. Si Augusta de la Paz, sólo quiso entregar alma y corazón, pero, la vida sólo le quedaba para hallar el amor verdadero y que creyó que yá lo había encontrado. Si era ella, Augusta de la Paz, cuando en el amor lo sintió como una paz, pero, era tan tormentoso como una misma tempestad. Cuando en la sombra y en la penumbra se debatía una espera en querer amar, después de entregar el corazón en un coraje de amar y de una bella pasión. Ella, Augusta de la Paz, salió de su dormitorio mirando la luz de luna en la noche más álgida del invierno aquel. Cuando pensó en David Andrés, aquel muchacho corpulento y fornido que le había ayudado con su carruaje en arreglar mecánicamente. Y una lágrima cayó en derredor forzando la tristeza y la pena de no haber todavía encontrado un sólo amor. Y sí era ella, Augusta de la Paz, la que quiso el amor en el corazón, en el mismo coraje de amar, si en la alborada cayó un aguacero frío y tan friolero como aquel invierno álgido, que le trajo un hombre, un amor y una pasión a escondidas del amor y más cerca del dolor sin consecuencias, y sin más que el mismo pasaje de morir y sin amor. Cuando en el silencio del amor se abasteció del dolor y de calma tan pasajera como el mismo momento en que se debió de entregar y de amarrar el mismo corazón. Cuando en el reflejo de un instante en que se enfrió el deseo de amar, no salió el sol. Y quedó varada allí en su casa en el pueblito El Chuldre. Cuando en el ocaso se intensificó más el dolor de ella al sentir la suave lluvia, y la pluvia en derredor, cuando se sintió el frío y tan gélido como aquel invierno álgido que arropó al pueblito de El Chuldre.
Él, mientras tanto David Andrés, sólo se sintió opaco, tenue, y débil y tan hostil como aquel invierno, y todo porque sí se enamoró de esa joven vestida de color de rosa y blanco, a la que se le dañó su carruaje a mitad del camino hacia su porpio destino y su casa en el pueblito El Chuldre. Si sus ojos eran como el fuego devorador o como el mismo cielo de azul en flavo color, en un ocaso inerte y tan verdadero y sin lluvia ni aguaceros como se encontraba ella Augusta de la Paz. Cuando en el alma se sintió desolada, aunque éste sí tenía una novia, pero, algo le dolía y era una espinita de amor en su corazón por ella la del vestido de color de rosa y blanco y a la que le cayó en su hombro excremento de paloma, en el momento que no pudo hacer nada por evitar. Cuando él, David Andrés, supo que la amaba a pesar de saber que no la podía tener ni amar. Solamente esperó por el ocaso cuando ella se encontraba comprando víveres y comestibles para su hogar en el pueblito El Chuldre. Cuando él sabía que ella se hallaba allí, la halló sí. Ella se hallaba viendo una cerámica en porcelana, cuando él aparece detrás de ella y le explica que, -“es de muy buena calidad, sabes es París, lo dice aquí, es una porcelana de muy buena calidad puedes comprarla…”-, cuando ella volteó era él David Andrés. Ella, Augusta de la Paz, no quiso entablar una conversación con él, pero, sólo le dijo ella, -“gracias…, lo tomaré en cuenta”-, cuando ella, sólo ella, Augusta de la Paz, sólo quiso sí conocer al hombre que la tenía pensando. Si en la tienda sólo inauguró lo que quedaba como inventario. Cuando en la tienda sólo quiso ver el cielo y sí que lo vió, pues, en el interior de ella de Augusta de la Paz, sólo quería salir corriendo de allí. Y, ¿lo hizo?, pues, no. Sólo lo siguió con la mirada por la tienda, sólo quiso ser como el caballo corriendo de veloz a velozmente como un mismo y propio semental. Tan macho como el único en que quería salir volando o corriendo en él. Sólo Augusta de la Paz, sabía lo que quería ser: el amor de David Andrés. Cuando, de repente, sólo quiso ser el amigo de ella, de Augusta de la Paz, cuando el joven David Andrés, se enamoró de ella perdidamente y con ternura la deseaba amar y ser su compañero para el resto de la vida si así lo quería ella. Cuando ella lo sentía así, como un funesto instante en que hay como un siniestro cálido y tan torrencial como el ir y venir desde la manera de ver el ocaso junto a ella, vestida de color naranja. Cuando en el final de un mal comienzo fue así, como la tormenta que llega sin avisar.
Continuará…………………………………………………………………………………..........