Aquel hombre vestido de negro, se veía con una apariencia muy desalineada, no había diferencia entre su sombra y su cuerpo. La madrugada lo había plantado borracho en las puertas del cementerio.
El hombre, comenzó a vociferar gritos y burlas hacia las puertas del cementerio. Se agachaba emulando una grotesca versión del jorobado de Notre Dame; y trataba de emitir todo tipo de sonidos guturales y extraños, tratando de asustar a cualquier transeúnte que pasara desprevenido por aquel lugar.
En un momento dado, el hombre se percató de que sus gritos no asustaban a nadie. Obviamente, casi nadie pasaba por las puertas del cementerio a esa hora, y si tenían que pasar, cruzaban hacia la vereda de enfrente.
Aburrido ya, se apoyó en la puerta de rejas del cementerio con los ojos cerrados, en clara señal de cansancio, cuando de pronto alguien le toco el hombro a sus espaldas.
– Con mucho gusto puedo ayudarte a visitar el cementerio ahora mismo; si es lo que tanto deseas, cuando yo te lo diga, lo único que debes hacer es darte la vuelta muy lentamente, mirar al piso, y esperar que tu piel desaparezca, luego, solo deberás seguir mi voz.
El borracho, se asustó, y antes de que aquella voz terminara, comenzó rápidamente a darse la vuelta.
–¡No he terminado aún! - le advirtió aquella voz - pero dada tu mortal ansiedad, ya no podrás escuchar mi alarido recorriendo todo el cementerio; esta era la única oportunidad que tenías para que pudieras correr, y como no puedes verme, mi alarido congelará tu sangre, dejare tu piel aquí, y te llevare directo a tu sepulcro.
Mañana…llevarán tu cuerpo.