Un lejano día viajé en las alas del tiempo
a los campos de azucenas que aroman la Arcadia
y entre sus inmaculados perfumes hallé
la miel de mis sueños y los suspiros de mi alma.
Atrás quedaron las moradas preocupaciones
del mundanal ruido y de sus ruines patrañas,
el afán desmedido por los terrenos humos
de un ridículo mundo inmerso en sus propios miasmas.
Volé en las doradas alas del tiempo
a los áureos albores de mi brumosa infancia
y en los cándidos pétalos de mis blancas horas
hallé el elixir de la más divina fragancia.
Soñé entre los irisados aromas de las rosas,
bebí la luz de sus pétalos y el rubí de su aura,
hablé con el perfume de las flores
y me dormí en los sueños de la divina Arcadia.
Desde entonces las vanidades de este mundo
no son más que sombra de polvo y humo de pajas.
Aromas de nostalgia