A veces vivo del recuerdo, otras de una canción; de tarde espero junto a mi perro algún regreso y por las noches comparto una canción. De madrugada lloro frente a una copa de tinto hasta que el llanto cierra mis ojos y mi guitarra me lleva a la cama y muy temprano confundo el olor de café con el perfume de ella, que aletea temprano por toda la casa.
Nunca supe a qué horas se fue, ni porque lo hizo. En la calle casi siempre me hace falta su sombra junto a la mía, me siento como un sol eclipsado cuando llega la noche y ella aun no resuelve venir, sabe que la espero y donde encontrarme, sin embargo, es muy probable que hoy tampoco venga y mi canto suene más triste que el ruido de una copa al quebrarse.
Hay noches que mi guitarra se resiste a mi pulso y mi garganta se cierra al canto como pesadilla a mi almohada, será que soy tan frágil a su recuerdo que pareciera que aun la veo en la mesa, saboreando su vino y mirándome de forma melancólica, como evocando un dolor muy lejano y rebuscando entre las notas de mi canción, algún alivio para su mal.
Esa primera noche que llego, a la que le siguieron otras más, siempre sentada en el mismo lugar, tomando lo mismo y fumando sus respectivos 10 cigarrillos, para luego marcharse en el intermedio y al volver a buscarla solo encontraba un vaso medio vacío y un cigarro consumiendo sus últimos 15 recuerdos que ella dejo ahí antes de marcharse.
Siempre igual, pero cada vez más enigmática, oscura como su vestir y de ojos muy negros y profundos. La primera vez que me miré en ellos sentí como caer en un profundo abismo que más que un sueño fue tan real como el abandono actual, donde no se si estoy vivo o recordando, no sé si estoy cantando, llorando o soñando y porque mi llanto es tinto.
A veces canto la canción que siempre me pedía, conservo también su nombre escrito en una servilleta, donde apuntaba el nombre de la canción y me pedía con letra temblorosa que la cantara en ese momento en el que el dolor estaba subiendo a su recuerdo y pretendía hacerle estallar en llanto, si no la detenida con un vaso de vino y esa canción.
Cada vez que me pedía que la cantara, agregaba letras de mis poemas, que ella ya no escuchaba, por el éxtasis que vivía. Mis letras recorrían su cuerpo, besaban sus labios, le decían secretos al oído y ella entre sollozos gemía frase que solo el silencio recogía y yo seguía cantando, mientras el piano guiaba sus pisadas sobre el dolor de cada noche.
No sé porque la espero esta noche, si solo cruzamos mil recados y nunca una palabra, no era una musa, un poema o una canción. Solo una mujer encerrada en el misterio de la noche con ojos negros atrapando mi canto e inventara un dolor como el suyo para escribir canciones que como todas las noches aliviaran la pena de esa Mujer misteriosa-
LENNOX
EL QUETZAL EN VUELO