—¡Tu carácter, tu carácter! –insiste mi padre–. Forjando tu carácter haré un buen hombre, una mejor persona –me señala–. Nacemos con temperamento, pero sin carácter. El carácter es como el jinete y el temperamento, el caballo. Quien domina a su caballo es el mejor jinete –ejemplifica para que entienda mejor.
Mamá lo escucha, e interviene para recordarle que sólo soy un frágil niño, como tratando de protegerme; papá sonríe y me abraza para que no me asuste con sus brillantes conocimientos.