A Hellen Blass…
La noche, mago fanal del poeta,
que copia una y mil veces
los ensueños místicos; la noche,
triste laxitud que abrasa al alma,
dulce fantasía para el corazón
sincero; la noche, oscuro reflejo
que a la llama del amor crepita,
que al compás de las caricias vuela;
la noche, esa noche que contempla
en el abismo anhelo y vida;
la noche, romántica y discreta,
trémula y lunática; esa noche
es mi noche.
El alba, tibio despertar de inocencia,
que baña en su rocío el espíritu
nervioso, que arranca el suspirar
eterno; el alba, que deja con su beso
el cariño, que alienta los pechos
justos, que llama a la pasión
primera; el alba, que acaricia
con numen dulce y fresco,
que deja el despertar de ensueño;
el alba, traje puro, inmaculado
del amor, que arroja el manto frío
y el fuego abrasador; esa alba
es tu alba.
Y la tarde, mística convalecencia,
que envuelve a los enamorados
nuevos, que junta los corazones yermos;
la tarde, que sana el inmaculado
pecho, que acoge el eco de los besos,
que tañe al ritmo del silencio;
la tarde, maravilla junto a la mar sagrada,
que orienta las almas procelosas,
que ilumina los pasajes inciertos
y escondidos y el camino certero;
la tarde, prueba original del juramento,
amada mía, esa tarde es nuestra…