Cuando estalla el trueno
ya no hay nada que hacer.
¿Para qué cerrar los ojos?
Si su relámpago ya te habrá cegado la pupila
y todos tus pensamientos
estarán ligados a ese haz de luz
que te desconecta del ahora.
¿Para qué taparte los oídos?
Si su estruendo ya te habrá
nublado la consciencia
y será el homicida que perpetra
el asesinato de tus sentidos.
Cuando cae el trueno,
no queda más que callar
y agradecer, porque mañana
no se escuchará su eco
en las campanas que no doblarán.