Ese cuenco tan dulce de comer,
que jamás nadie cuando prueba olvida,
se ofrece por amor para crecer
en el bendito cauce de la vida.
Envuelto en la fragancia arrolladora
de la madre que huele y que respira
hormonas, feromonas de ilusión,
sustancias que el espíritu sublima,
le da fuerza y raíces para ser
el potro que se come las heridas,
el alma de los brillos incesantes,
feliz en su arrumaco de caricias.
Y siente en su cariño la verdad,
sin peros, condiciones, ni premisas,
mecido a treinta y seis grados y medio,
de beso en beso va por su comida,
envuelto del perfume hecho mujer,
libre, sin atropellos, ni mentiras,
en medio de un paisaje que será
huerto donde florezca la alegría.
Y prueba en las entrañas de su ser,
aromas de la lluvia y de la arcilla,
volando una aventura sin dolor,
en paz, sobre las alas de la brisa.
Catapultó su nana de cariño
el vigor de horizontes, osadías,
para alcanzar su esencia acogedora;
la meta, el caminar, la luz que guía.
Impulso del querer más generoso,
oliendo a leche y miel por las esquinas,
donde la vida vive para amar
y por amor se esfuerza y sacrifica.