Girando en espiral por mi conciencia
de noche una psicosis me amilana
y elíptica, mortífera y kafkiana,
me tiñe con un manto de impotencia.
Nocturna me destroza la prudencia
siquiera sin dejarme algún mañana
y expone con su atmósfera malsana
vapores de una insomne irreverencia.
Feroz, su paroxismo, es indecente
volviendo a mi coraje un moribundo
inmerso en la maldad de su semilla.
Empapa de sudor mi cuerpo y mente
y en vida es un delirio de inframundo
llamándose, de nombre, Pesadilla.