Dónde estás, Perú
¡No puedo hallarte!
Tiento tu amor que antes hallé
en otro pecho, otros ojos y otra piel...
y otra boca que te besó con nostalgia
y hoy no saben qué pedacito roto pegarte.
Tu voz suena entre multitudes de rostros oscuros,
en corredores enfermos donde el aire pesa en oro,
en tu sol salvaje que suda horizontes indios,
en extensos surcos que cavan para sus muertos,
en tu engendrada brutalidad de fiesta patronal,
entre oraciones que abrasas en procesión de negros,
en tu atravesada, arrasada, tierra altocostotropical,
entre el júbilo y el pecado, en rostro quemados,
entre atmósferas de frío donde el trueno quedó atrapado...
entre la memoria, como charco de sangre engendrado.
Otros como yo te buscaron,
otras gotas en el inacabable océano de hombres:
los que descendieron con el relámpago,
los hijos felinos del dios jaguar,
los navegantes silenciosos.
Y sólo pudieron hallarte en el sufrimiento cotidiano.
¡País...!
Solo te pude hallar en las profundidades desbordadas hasta la sangre donde cada ola duerme sobre su hombre ahogado.
Sólo pude escucharte en los gritos precipitados, en tu bandera raída en lecho de roca oceánica.
Sólo te pude hallar en los dioses tutelares que arrancaron de la piedra la vida y guardaron su puñal en la carne.
Sólo pude saberte en las sobras, en un plato miserable…
Porque no podías doler más.
¡Perú...!
Ya no me dueles como hombre ni como raza.
Hoy me dueles como una historia total
de largas filas de hombres asustados,
de estirpes crueles y bastardas,
de patria triste, tristísima.
¡Amor...!
ya no te río desde mi infancia,
ya no me ardes desde el fuego,
ya no te siento...
Pero algo habrá en tu profunda desgracia,
en tu historia abierta a látigo y cuchillo,
en tu densa sangre altocostotropical,
algo primero e inmortal que antes brilló,
por lo que el hombre todavía te busca
en los amargos intersticios de la vida.
Porque, promesa de país, eres cielo en el infierno,
hogar inhóspito donde se arropó más fuerte la vida,
donde la sal brota de tus desenfadados indios,
de tus blancos segregados a la historia deslucida,
de tus negros que señorean blancos y
de tus mestizos hijos de una patria incierta,
donde el visitante te descubre entre precipitaciones,
donde no hubo sueño que dejara dormir,
donde no hay espíritu que se conmueva con su historia,
donde los hombres como yo volvemos a lamernos tu tierra herida.
¡Perú...!
Sin bajar la mirada como patria pobre, dime
¡Donde estás! Y... ¡Dónde no estuviste!