Se baten a muerte, ola y arena,
dejan un rastro de sangre nívea,
huesos desparramados en la orilla,
columna vertebral de su batalla.
Mueren los corceles con las crines al viento.
Y con el aullido de su último estertor
juran su venganza a los cielos.
Es su legado para los siglos venideros.
Ya luego, enterrarán a la luna
en el sagrado cáliz de la aurora
sembrando monedas de plata.
Donde antes hubo vino,
ahora están las lágrimas.
Alex Pasquín