Volvió a casa de sus padres; Pedro cansado y enfermo, en busca de la armonía que solo allí encontraría.
Desahuciado por galenos que no podrían ya salvarlo, solo atinaron decirle que podría vivir su tiempo, realizando lo que antaño dejo atrás sin deleitarse.
Cuando la vida te muestra qué tu camino entorpece, la reacción inmediata es refugiarse en sus patriarcas, donde conoció y sintió la protección y el afecto.
Salió a recoger sus pasos (mito ancestral que persiste), recorriendo los caminos que años antes transitara, y encontró aquel escondite que frecuente utilizara… Allí estaba; víctima afligida, balanceándose entre muros sujetada, las entrañas de la hamaca llena de hojas apelmazadas, parecería lo esperara brindándole su regazo.
Pequeño rancho viejo, escampadero y almorzadero de trabajadores y cuidadores, se iluminó con la presencia de Pedro; y el sol por entre los árboles calentó alegre esa estancia.
Pedro limpió con esmero, saliéndole por los poros ese amor lugareño que sin saberlo sintió. La hamaca decolorada, aunque más vieja era fuerte, y meciéndose lentamente esa tarde allí pasó.
El tiempo se sucedía con Pedro que iba y venía, labores que lo absorbieron lo apartaron de zozobras.
Cacareos de gallineros y el ordeñar de las vacas; rodeado de los gorjeos y trinos de pajaritos, hasta ha perdido de vista un perro; su fiel amigo.
La armonía y tranquilidad lo llenaron de alegría, (esa que hubiera perdido en la ciudad consumista). Sin notarlo se olvidó de la amenaza sufrida, y transcurrieron los años con Pedro sano sin prisa.
shoss 01/10/2020