Quien sabe realmente cuántos árboles plantó hasta sus 73 primaveras. Hoy en día los que están en casa siguen de pie, dando su fruto, dándonos inconscientemente de comer. Quizás ese era su fin, alimentar a la próxima generación. Al mirarlos supongo, que sabía de antemano que pronto su partida se acercaba y que de alguna u otra forma sin darse cuenta, dejo una marca, no solo para su hijo, también para sus sucesores. Así nacen los dos Naranjos, plantados alrededor de 1944, con la llegada de dos Tanos, dos hermanos. Semillas sacadas de un baúl envueltas en un pequeño paño blanco, esperando ser plantadas. Por algunas casualidades de la vida se encuentran los dos Naranjos juntos, pero con la distancia justa para que sus ramas se enreden y su fruta se junte. Cada vez que uno estaba al mismísimo borde de secarse, por alguna extraña razón, siempre volvía a ponerse en pie gracias al otro. Así sucesivamente ambos crecieron. Se torcieron en la vejez, pero su fruto siempre fue dulce. Recuerdo en la niñez cómo mí padre me ofrecía una Naranja rebanada hasta la mitad y disfrutar con tan solo 5 años sentada al lado de la Nonna, en un viejo banquito echo por mí Nonno y mí padre hace muchos años antes de mí llegada al mundo. Recuerdo estar sentada, mirando las plantas, sintiendo simplemente el aire y disfrutando el silencio junto con la gran Jefa de la casa, mí Nonna. De vez en cuando algunas tardes me siento a ver cómo los Naranjos entran a su vejez cada día un poquito más. Me siento a verlos, porque estoy segura que ellos también me ven crecer a mí..