Alberto Escobar

Una mala tarde...

 

Quién te lo diría...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fue una enajenación momentánea.
Fue una sorpresa recibir ese mensaje, después de que todo quedó acordado.
Quedaron en que la renuncia a su mitad dejaba el camino libre
a su libertad, a un valerse por sí misma con su miseria.
No te fue suficiente, quisiste tomar parte en ella como agarradero
ante la novedad y el miedo que suponía la situación, siempre el dinero
de por medio como desde pequeño.
Quiso y quiere valerse con lo puesto como le enseñaron en su casa.
No aspira a tronos ni a tesoros de Alí Babá, ni quiere jugar a falsearse
porque sería tiempo perdido, aunque —te repito—jugó a ser quien querías
solo que su naturaleza —que corre rauda y arrollante por debajo de su piel
como manto freático de un suelo tropical— arrastró sus barricadas como
solo ella sabe hacerlo, con toda la fuerza que los meteoros le proporcionan.
Fue su abogado, no ella; o si no para que se contrata un abogado si no es para
hacerle caso, con lo que cuestan...
Le dijo que volviera al nido conyugal y se hiciera fuerte allí como medida
de presión, a ver si de esa manera se doblegaba a un acuerdo más justo.
Salió mal.
Entró en la casa después de una odisea de cerrajeros, cerrojos, llamadas
de teléfonos al seguro, ruídos a destiempo para oídos de los vecinos...
Fue un gasto absurdo tanto en el papel moneda como en la emoción.
Se debía a un abogado que dejó un resquicio abierto al mal entendimiento.
Entró en la casa, telefoneó a su hermana mayor y a su abogado y el inconsciente
le salvó de un choque de trenes. Dentro ya, la casa le pareció extraña —y eso que
solo llevaba varios días viviendo en casa de sus padres, ya fallecidos— y fea,
sujeta al desagrado de aquello que era íntimo y por azares de la vida deja de serlo,
y por haberla acogido en su seno se convierte en repulsivo al ser expulsada, 
porque esa intimidad solo puede pertenecer a un hogar y ese ya no era este.
En cualquier caso, tuvo un arrebato de salir pitando, un secuestro emocional
que la libró de la posible quema en la hoguera del cara a cara inminente.
Cogió la llave que él le pidió para que no entrara más y se la llevó a su hogar.
Por la calle, después del mal trago, respiraba aires de libertad y volaba
andando hasta la ducha y el olvido.