Una lágrima ante el cielo
alivia el dolor del hombre,
consuelo tibio, sin nombre
que le reseña su anhelo.
Ella sola, si sufrimos
sobre el alma fiera pena,
mitiga al pesar que envenena,
ahuyenta el mal que sentimos.
Es la esencia que embalsama
al corazón con su herida,
cuando enflaquece afligida
el alma que la fe aclama.
Cuando la luz importuna
y las sombras anhelamos
porque en estas encontramos
complicidad con la luna.
Cuando sin fe ni esperanza
lloramos el bien perdido;
cuando es la vida un gemido,
y el aliento no se alcanza.
Cuando la risa que asoma
a nuestro labio marchito,
es el lamento infinito,
del ánimo que desploma.