En la casona del siglo pasado,
deshabitada,
mohosa y herrumbrada,
con sus árboles centenarios,
la figura se movía
dignamente.
En el amplio jardín,
cubierto de malezas,
gatos grises, blancos y negros
se agrupaban a su alrededor.
Con sus vestidos raídos
y sus bolsas repletas de alimentos,
seguida por su cortejo gatuno,
la dama de los gatos,
los atendía a todos.
Imagen de otro siglo,
rebosante de piedad,
hacia los abandonados,
formaba un inusual cortejo,
en medio de la ciudad,
palpitante como una gran herida abierta.