Estoy cansado de empuñar
los ojos como un arma de filo
y cuevas huecas,
como si un pestañeo fuera
una roca húmeda de arañas.
Ese sueño, y ese espejo de fatiga,
ese recital de ojeras en el más allá de medianoche,
ese rito de oscuridad obscena
bajo la luz roja de una semiesfera,
atado a esas letras cuadradas y negras,
rectas y negras, solas y negras.
Dormir es mañana y lamento,
otra palabra olvidada,
un sótano con almohadas y agujeros en la pared.