Klore

Las primeras mil ochocientas noches

Estoy cansado de empuñar

los ojos como un arma de filo

y cuevas huecas,

como si un pestañeo fuera

una roca húmeda de arañas.

Ese sueño, y ese espejo de fatiga,

ese recital de ojeras en el más allá de medianoche,

ese rito de oscuridad obscena

bajo la luz roja de una semiesfera,

atado a esas letras cuadradas y negras,

rectas y negras, solas y negras.

Dormir es mañana y lamento,

otra palabra olvidada,

un sótano con almohadas y agujeros en la pared.