Cuando llegué a mi casa y a la de Martina, pensé que nos había encontrado, pues, habían rumores de que el hombre se venía para acá a las afueras de La Verita, cuando de pronto, aparece el hombre en un “Pub Bar” cercano y en la continuidad de la casa de nosotros dos. No nos vimos si yo, Lúcido, era El Diablo, tan astuto y el mismísimo diablo que no me dejé de ver ni por los centros espiritistas. Cuando por el “Pub Bar” más cercano yo ví al esposo de Martina, y yo, sólo yo, quise ser el más fuerte de los dos, vengando nuestro amor, la infidelidad del señor con Martina, y por mi amor a Martina. Lo perseguí bien astutamente por el vecindario, pero, él supo luego de que alguien lo seguía, pues, tenía cómplices y secuaces, que yo al fin y al cabo, como El Diablo, los dejé dormidos poco a poco y dejando al señor solo, por fin. Cuando el último secuace que tenía al lado, se lo advirtió que alguien los seguía, pues, desaparecieron todos sus compinches. Eran “gigolós”, hombres vividores de mujeres baratas y tan exóticas del “Perabar”. Cuando, de repente, se vió finalmente solo en el \"Pub Bar\" más cercano a la continuidad de la casa de nosotros dos, de Lúcido, El Diablo y de mi mujer Martina, y se dió la discordia más cruel, más real, y más insípida. La del esposo de Martina y yo, Lúcido, El Diablo, sólo se debió por el amor de ella, frente a ella, de Martina, la mártir llorando por una sola fría infidelidad por un solo hombre. Cuando en su corazón se debió de enfriar por el fuerte altercado que se dió cuando yo Lúcido me enfrenté a su esposo buscando retar y salvaguardar nuestra pura relación, en contra de un por qué o de una cruel desavenencia. Si la mentira fue como la pura más verdad. Cuando me fui por el ritmo de la vida, por el amor verdadero que sentía por Martina, y por el albergue de la tristeza de su pobre corazón. Cuando en el suburbio de la verdad, me dió un altercado frío e inconsecuente, de iras y de odios nuevos. Cuando a la verdad se electrizó como la fría más impoluta verdad de una discordia por el amor verdadero de una fría mujer que le brindó todas sus lágrimas a un mal hombre e infiel dentro de su propio corazón. Si yo, Lúcido, El Diablo, sólo me aferré a la manera de atraer el fuerte delirio en saber que el ocaso llegó con la fría noche, cuando ví al esposo de Martina con un revólver entre sus manos. Cuando en la noche se sintió el frío desenlace y un final tan desastroso en que sólo el mal triunfó como un dolor fuerte que le dimos a Martina, cuando en el altercado llegó como el fuerte delirio en saber que el ocaso se enfrío como el hielo en el congelador. Y me aferré como el mismo frío, o como el mismo gélido altercado que se dió esa noche, si sólo fue esa noche. Cuando yo, Lúcido, El Diablo, me enfrenté a su esposo, sólo aferrándome al deseo de volver a tenerla entre mis brazos, y con la felicidad entre el cuerpo y el alma. Cuando sólo yo presentí la fuerte resaca de querer ver el cielo entre sus manos, entre su querer y su amor. Si fue como el tiempo, o como el mismo final tan frío como el mismo álgido sentir la contienda entre el esposo y yo, Lúcido, El Diablo. Me ví acorralado y frío, y tan inerte e inmóvil como el mismo suburbio de un solo autómata en una sola espera. Destrozando el más de los altercados más funestos, y más aciagos y más inconsecuentes, que dentro del pasaje vivido, se dió un soez altercado entre él y yo. Él, el esposo de Martina, sólo se vió aferrado a su revólver y yo, a mi instinto de amor clamando un por qué, y un amor tan real, pero, infiel como el del señor esposo de Martina y de igual manera a la de él, sintiendo la cobarde acción por haberla amado, pero, lo logré vengar su amor y su infiel acción. Solamente con una herida punzante, letal como tan real, sólo yo sentí morir y desatar lo que conlleva una sútil atracción, una hábil, pero, tan verdadera como el mismo revólver dentro de aquella noche y tan fría, y tan descortés, como el mismo imperio de aquella bala que perpetró dentro de mí, socavando un mal final. Y corrí después por ser mal herido y consecuentemente punzando y con una sangre en plétora, y tan abundante, como el mismo cielo en flavo color. Cuando en el momento se vió como el frío o como el mismo imperio por delante del ocaso llegando esa fría noche. Y con revólver en mano destrozó todo mi costado hiriendo pulso a pulso a mi sangre y más a mi corazón y...
Llegué como el huésped frío al convento “La Piedad del Cristo”, cuando vengué mi vida y más, la de mi amor pasional, la de mi amante Martina. Cuando llegué y tan frío como el hielo, porque en verdad que me habían matado de un sólo disparo por el costado y las monjas aquí me ayudaron muchísimo. Llegué tan solo como el frío en el mismo cuerpo. Deseando abrir otra herida en el otro costado para sentir en verdad la fuerza por amar a mi amor pasional y de ternura y de todo mi amor a Martina. Cuando supe del dolor no quise abrir los ojos de pena y de vergüenza, pero, qué vergüenza si yo la amaba y la amé y con todo mi corazón. Cuando quedé petrificado en verdad cuando lo ví a él, al esposo de Martina y con un revólver en las manos. No supe nada de mí, hasta que llegué al convento más cercano del ciudad La Verita. Aquí las monjas me ayudaron a renacer, a tener piedad de mi propia alma, a ver a Cristo como mi salvador y a pedir perdón por la tentación y la frialdad de mis pecados. Antes no conocía a nadie ni tan siquiera a Cristo. Sólo yo la quería amar a Martina. Si para mí Martina fue y será como el rocío en cada amanecer, si fue como la verdad, o como la más olorosa rosa en el jardín de mi corazón. Y fue y nada más como la dueña y señora de mi corazón tan enamorado de ella, de la reina de mi amor. Todo comenzó cuando yo me dirigía al trabajo, la hallé desesperada en un “bar” cercano de la ciudad también La Verita, cuando lloraba amargamente por la infidelidad de su esposo con una joven del “Perabar”, así como se llama el “bar” de la pera. Simulando las caderas de las jóvenes que iban y venían a bailar allí y a divertirse con hombres y muchachos de su edad. Cuando la ví llorando se me amargaron las entrañas y más, ví al sol cubierto de sombras y de nubes grises. Cuando me acerqué a ella, y la tomé entre mis brazos y ella lloró amargamente entre mis hombros, y yo nada más quise consolar. Yo sólo le abrigué del dolor y de la pena, del sufrimiento y de la infelicidad. Cuando yo sólo le quise dar y brindar alegría, que volviera a revivir y a renacer y que volviera a sentir, pues, su vida sólo estaba deshecha y mal estrecha. Cuando yo sólo yo, quise que volviera a amar, pero, sólo me llevé la sorpresa de que era casada. Y yo Lúcido, El Diablo, si así me dicen, sólo quise ser como el mismo diablo, hacer tentar y hacer pecar, cuando yo, sólo yo, no creyó que el cruel desenlace o el final en que todo terminaría así. Si cuando yo Lúcido, El Diablo, quise que fuera feliz conmigo, pero, no pudo ser, nunca fue así. Cuando la tomé entre mis brazos yá tenía mucho dolor en su alma fría. Si después de entender lo que más pasó fue como la alborada llena de soles desérticos. Cuando en el aire irrumpió un secreto. Y fue amarla bajo el mismo sol que nos dió más placer. Y la hallé casi inerte, fría y desolada y con unas lágrimas que sólo eran lluvia y tormenta en ella nada más. No quise aprisionarla ni enredarla tan veloz entre mis brazos, pero, era sólo lo que quería y aprovecharme de esa situación no era lo correcto. Yo Lúcido, El Diablo, sólo debí de amarrar el vínculo entre ella y yo, y una manera de creer en el desierto autónomo de ver el mismo sol en el mismo cielo dando luz y rayos de desesperación seco hacia unas lágrimas de dolor. Si fui yo, Lúcido, El Diablo, sólo quería consolar lo que más fue y lo que ella pasó en su vida y en su interior tan frío. La ví en aquel “bar” deseando amar, deseando fríamente ser feliz, pero, estaba devastada, fríamente herida y sin luz en sus propios ojos.
Esa es la historia verdadera de los hechos comandante de la policía. Y aquí las monjas me ayudaron a revivir y a vivir más y creer en Cristo. A Martina la dejé allá en la casita en las afueras de la ciudad La Verita, cerca del “Pub Bar”, donde se produjeron los hechos en esa cruel noche donde perdí el rumbo, y la vergüenza. Cuando en el albergue de su frío corazón, no me buscó, ni yo la busqué, destrozando en un segundo a mi pobre corazón. No sé nada de ella, yo Lúcido, El Diablo, sólo quise destrozar esa noche fría y por un sentido álgido y tan funesto y tan aciago como el porvenir que nos quedó. Cuando en el aciago desenlace se dió y se vió como el frío final desnudando lo que más ocurrió allí en el “pub bar”, cuando en aquella noche me enfrenté al esposo de Martina, y vengué el amor, y la infidelidad amando a mi amor Martina, y haciendo y pagando con la misma moneda, pero, el señor tenía un revólver y yo sólo quedé despistado, cuando yo me había enfrentado a sus secuaces dejándolos dormidos, pero, quedé despistado, cuando ví al señor con coraje de la mala infiel acción y de unos celos incontrolables, y más con un revólver en mano. Y soy el huésped frío, el que llegó al convento “La Piedad de Cristo”, cuando sólo yo quise entregarme al amor de Martina y sólo ser feliz con ella, pero, no pudo ser en verdad. No sé de ella, hasta que me curaron las heridas aquí en el convento. Cuando en el coraje de mi corazón herido, sólo quise buscarla y saber de ella, pero, la impotencia, y la necesidad sólo se electrizó la forma de ir y buscarla cuando me hallé tan herido de bala por el señor esposo de Martina. Y soy yo, Lúcido, el DIablo, el que vengué el amor y la pasión y más la hazaña de creer en el amor a cuestas de la frívola verdad, cuando me enfrenté al señor. Sólo me he repuesto yá, y sólo quiero hallar a mi amor y volver a ser feliz.
Y la policía sólo investigó con el comandante Ferrer, cuando fue toda la verdad la que expresó el presunto herido, cuando sólo Lúcido regresó a vivir con el amor y más con la pasión llena de ilusión con su amor Martina. Si sólo se vió aferrado al amor y a la pasión llena de exacta virtud, cuando su amor se lo entregué a esa mujer que yo más amé. Y la buscó Lúcido lleno de ilusión, cuando la vió con el señor, otra vez, amándose y destrozando a su pobre corazón. Cuando la policía indagó sobre el amor de ambos, sólo les dijo Martina, que no conocía a ése hombre. Cuando en el alma de su pobre instinto ardió como aquella pasión que se desvivió el torrente de amores clandestinos e infieles que se dió por amar a la mujer de ése hombre. Y sólo fue una mala decepción y un mal momento en que Lúcido, El Diablo, deliraba en fiebres en el convento “La Piedad de Cristo”. Cuando en mi corazón, sólo hubo tristeza y una mala sensación por convulsionar por la fiebre tan alta, dejando una tristeza en mi alma fría. Cuando por despertar, sólo ví al comandante Ferrer, preguntando y e indagando sobre los hechos, sólo fue esa noche, esa noche cuando se dió el frío altercado entre yo, Lúcido, El Diablo y el esposo de Martina. Y la fiebre me petrificó más a mí, sin el instante de ver el cielo si se dió la tormenta más fría de la temporada, cuando en el ocaso llegó como el albergue más álgido, y más gélido por querer amar sin cuestionarse cuando el amor se enfrío lo que más quiso en la fría voluntad. Cuando en el ir y venir se aferró a la mala osadía de querer entregar el deseo de amar con mi fría voluntad en saber que la fiebre era tan verdadera como cierta. Cuando yo quise ser con la certeza el verdadero amor de Martina. Cuando la hallé con lágrimas en sus ojos de luz y de sol. Cuando la hallé desesperadamente sola y abandonada sollozando sola, e inerte y tan fría como el mismo hielo en el congelador. Cuando sólo en un frío final se dió como el principio, desatando una euforia de dolor y de calma por la herida tan cruel y devastada por la vindicta eminente de creer en la imposibilidad de salvar a ese amor. Cuando en el combate de vivir se electrizó más la manera de ser y de ver el frío en los ojos de ella misma. Cuando yo Lúcido, El Diablo, sólo quise ser el fuerte en la relación, pero, sólo me llené de un dolor tan fuerte como la mentira que viví con ella, con Martina. Y yo, Lúcido, El Diablo, sólo me ví tan aferrado al alma como el comandante Ferrer indagando al respecto. Y Martina mártir a la desavenencia inconclusa de la vida juntos. Si cuando yo la volví a ver yá se hallaba aferrada a sus lágrimas en el “Perabar”, y allí, la volví a ver y sollozando como la primera vez, pero, ésta vez por mi gran amor.
FIN