Si me preguntas qué es, no lo sé,
pero si no me lo preguntas lo sé.
Supongo que es amor, no lo sé.
Esta mañana, herido por el trinar
de la alondra, temprano al alba
no podía dejar de pensar.
Ese decir de tus ojos
no daba pábulo a la calma.
Una alondra, solitaria de corazón,
se me posó en el brazo,
yo la invité a la palma de la mano
para darle cabida en mi seno.
Me dijo que esperara,
que volviera a la fuente
donde me asomé y vi su efigie.
Eso hice, ya con el sol decayendo
al horizonte.
El agua ya estaba fría, el corazón ardiente.
Me prosterné sobre el limo de la ribera,
me mancillé de su untuosidad vana,
y me miré en el espejo cristalino
que yacía debajo, y te ví, clara y rotunda...
Sumergí la mano para hacer de mí presa,
y de ti, pero no hallé más que desolación.
Un estrépito de vanidad se desató sobre mi rostro,
la completitud de flora y fauna que de belleza
encantados acudían, pusieron pies en polvorosa.
Quedé exhausto de agua hasta la asfixia,
y tú no estabas...
Qué desencanto el mío.
Ahora, con la alondra comiendo de mi mano,
yago pensando y escarmentado, con las ínflulas
navegando al son de unos vientos lejanos.