El pecado del fornicio,
ese lascivo delito
de Asmodeo y su apetito,
la lujuria sin prejuicio
con desenfreno y por vicio.
Belfegor el perezoso
también se muestra doloso,
por desgana y por acidia,
pecando por la desidia
de subsistir siempre ocioso.
El bodegón que le anula
a Belzebú, el muy glotón,
que llega a la indigestión
comiendo como una mula,
sin bula, solo ansia y gula.
No le vale la enseñanza,
se perdió toda esperanza,
Amon es un resentido,
es la ira de un ofendido,
su deseo: la venganza.
Consumido por los celos,
el demonio Leviatán,
ni postrado en el diván
de la envidia y sus anhelos,
elimina sus desvelos.
Y es Mammon un miserable,
usurero y detestable,
malicioso y con codicia,
en su mundo de avaricia
de simonía insaciable.
Lucifer, ¡el orgulloso!
Un diablo prepotente
la soberbia es la simiente
que has enterrado en el foso
de tu infierno vanidoso.
Los pecados capitales
tentaciones infernales,
esas pasiones malvadas
de las normas quebrantadas
desde tiempos ancestrales.