A veces recorrí caminos lejanos
en un castillo de cristal.
que el espejismo de los años
se llevó como un vendaval.
La tortura de mi condena
la oculté sobre palabras calladas.
Llegaba la noche y tras ella
un nuevo amanecer.
La poesía daba paso a nuevas letras
y pesares; coji una pluma y un papel,
mi fantasía florecia entre piedras
de algodón que adornaban el sol.
Los susurros se entrelazaban en
la larga cadena del eslabón
sombrío que sale del corazón
escuchando del cielo su convicción.
Efímera es la vida, la catarsis cruel
el cobrizo del crepúsculo despierta
al anochecer, de la luna febril
que en el ocaso reposa cansada.
Duendes, hadas, elfos y luces
se abren paso en las noches
que en el alma precede al alba
como ha una niña ya envejecida.
Las arrugas de mi rostro son verdes
las del corazón perecen en mi voz
silenciada por las lágrimas donde
alcanzan las nubes grises.
Un manto de estrellas recorre
el universo en un infinito dolor
qué perverso destapa el árbol
qué solitario te lleva a madurar.