No sé para que
te escribo,
quizá como un arte de magia
que me permita verte de nuevo y
tomar juntos
el tinto que quedó pendiente.
Preparo una carta muda
en los lirios
que como ritual secreto
te ofrezco los domingos.
Escribo en el aire viejo
de la casa
las palabras que marcan
el inicio de tu eterna ausencia:
una foto opaca,
una mueca sin color congelada
en el papel.
Me tropiezo con
el aroma que te invoca;
intento atrapar
tu fugaz presencia
como esperando que
regreses de la tienda,
de la esquina,
del trabajo...
Te escribo en el viento
de agosto,
en la lluvia secreta
de esa noche de noviembre
y guardo la carta
en mis memoria,
en mis tripas,
para entregártela
cuando vuelva a verte.