Pasto y sopa de regalo,
mis zapatillas lo dicen
poco a poco, muy despacio,
me estoy convirtiendo en pasto
sin que ni yo me dé cuenta
de lo que cuesta cortarlo.
Sopa y pasto sin lamentos,
con alegría y espanto,
con el camino pesado
de empujar por todo el día
la cortadora de pasto
en subidas y bajadas
bajo la sombra de un árbol
o bajo un sol tan caliente
que puede freír los sesos
en el medio del verano.
¿Será la sopa tan verde
que en algún momento ufano
ella se convertirá sin miedo
en otro montón de pasto?
Mientras tanto mi comida
espera que yo cocine
para preparar un plato
sin que me ocupe del pasto
que crece por todos lados.
Alguna vez en la vida
me dejaré de cortarlo,
no solo porque hará frío
cuando termine el verano,
sino también porque un día
lo haré crecer sobre mí
escondida entre la tierra
donde me pise el ganado,
y llevaré entre mis huesos
que se deshacen en vano
el recuerdo de ese tiempo
cuando te hacía el amor
sobre el verdor de algún prado.