Un fantoche de paja y serrín lleno
vigilaba ignorante unos cultivos,
pelirroja, su tez, por el centeno
y harapienta de juicios reflexivos.
Se reían los cuervos de su heno
por la noche atacándole furtivos
devorando su finca y su terreno
con afanes, en suma, destructivos.
Su tormento fatídico le era
sin cerebro ninguno ante esos grajos
responsables del mal de sus semillas.
Le graznaban hiciera lo que hiciera
ignorando que, pronto, sus yerbajos
pisarían baldosas amarillas.