En mis labios crecen
muros, crímenes callados,
sombrías castraciones, caballos
lunáticos, luctuosas flores,
errantes golpes de agua estéril.
Estancadas llevo en mis alas
fertilidades inciertas, arsénicos volubles,
cianuros que la vida impuso
en combadas alucinaciones y delirios.
En islotes y secuencias, cráneos ortopédicos,
aquella juventud de un provinciano, la octavilla
empapada en la acera, muerta, y ese centinela
incesante de la luna araucana.
Cómo, enredaderas de silencio, testigos
de muda reja, asisten a mi desprecio
de siglos con sótanos en las vértebras.
En mis labios los órganos multiplicados
de silenciosas ruedas, de infinitas hortalizas,
de nucleares vegetales, de cópulas renacidas
de un ecuestre sol acuático, al labio vencen,
con su periódica enunciación dispuesta-.
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