Si mi vida se perdiera en el tiempo
y tuviera que dar rumbo a estos pasos perdidos,
añoraria quemarme en el resplandor de una llama
o más aun, ser farolera.
Cada atardecer,
dependería del toque mágico de mi presencia
y cada romance renacería
al yo encender las llamas.
Viviría enamorada del romance,
enamorando romanceros.
Sería tan necesario mi detalle,
como la caricia más esperada de un adolescente.
Perpetuaría mi presencia,
plasmandome en una lumbrera
y al nacer un nuevo día se provocaría mi muerte.
Más en el ímpetu nostálgico
de un rutinario atardecer, renacería.
Llenando mi ser con todo el encanto
de nuevos amores que surgen
cuando se hace en sus vidas presente
la llama del farol