Ingenio y alegría se combinaban cada día, cuando jugaban los patojos (niños) de mi pueblo, allá en las calles de tierra cuando aún eran los sesenta, setenta y quizá hasta los ochenta. Al caer la tarde se reunían, escogiendo el juego que mantendría la sana amistad. Antes de salir, las mamás decían: -barré el patio, das de comer a las gallinas, regá las plantitas que el jardín se seca…, encerrá a los becerros…-. Cada uno cumplía con diligencia la tarea, no había protesta. Luego el resto de la tarde era enteramente de ellos; habían artesanos, músicos, atletas y hasta mirones. Todo se ponía en práctica en cada juego, hasta se olvidaban de la bicicleta.
Un avión o helicóptero se construía, solamente se necesitaba un trozo de mazorca de maíz (sin los granos, “olote” le decimos); en la punta un pedacito de palma a manera de hélice, la cual desprendían del techo de las casas, todo se ajustaba perfecto con una enorme espina de cactus y a correr. Sus propios cuerpos el resto del avión,
¡a volar! ¡a volar!
Y ¡sonreír! ¡Jajaja!
-Yo te llevo lejos- ¡Noooo!
-Ese va muy rápido y ahí vienen unos pájaros…¡chocaremos!-.
¡Jajajaja……!
Había competencias de estos mágicos aviones que volaban a lejanas tierras trayendo cargamentos de sonrisas, el calor del sol o del río la fresca brisa. Era puro ingenio y alegría.
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Juegos de antaño
creatividad innata
niños felices