Y tú, insensato, ¿afirmas a la ligera,
conocer la profundidad del drama?
Sujeta en firme la lengua,
pues sutil advierte de tu insignificancia.
Yo dejé que se muriera mi alma
junto a la materia del hijo que perdí:
en sus cenizas desintegrada.
Ni ella ni yo, merecíamos vivir.
Cuan mezquinos, que miserables
eran los pensamientos que me acunaban,
pues quise privar a mis semejantes
de sus legítimas esperanzas.
Sajar, mutilar cualquier vínculo
con los humanos, de raíz.
Que nadie riese exaltando estímulos,
mientras yo ansiaba morir.
No alardées de estar curtido
en la oscura sapiencia de esta lid.
Quédate siempre (por cautela) en novicio,
pero profano aprendiz.
C. C. Lizarán