Caricias de un pierrot de albino traje
honraban a una rosa y sus colores,
un siervo de la luna, heraldo y paje,
mezclado entre el secreto de las flores.
Buscaba ver Selena el maquillaje
que diera a su blancura resplandores
mandando a su lacayo hacia un paisaje
repleto de matices y fulgores.
El súbdito leal partió en camino
dispuesto a descubrir en su destino
un mítico jardín de fantasía.
Y así nuestro pierrot llegó a la rosa
sabiendo, al contemplarla, que su diosa
jamás a ser tan bella alcanzaría.