Emerge entre las sombras
una sutil figura,
bruñida por la luz
de la radiante luna.
La envuelve la caricia
de delicadas brumas,
que matizan su piel
de bellos tonos púrpura.
Trazos de su contorno,
de sus perfectas curvas,
modelan claroscuros
en la grácil penumbra.
Solo por esa imagen,
patrón de la hermosura,
el más cuerdo entraría
en la mayor locura.
Pero si los ropajes
como el vapor se esfuman,
no hay nada que resista
que la demencia acuda.
En el desierto torso,
los pechos son las dunas
que bajan al oasis
de su entrepierna húmeda.
Vergel del paraíso,
por dentro de la vulva,
el dulce frenesí
que admiro sin censura.
Su cuerpo es el joyero,
y su sexo es tierna urna,
mis ojos dos diamantes
cuando la ven desnuda.