Envido la mirada tranquila en los ojos de la gente
la calma impávida de sus manos
su andar atolondrado.
Cuando el Vesubio rompe con su llanto
y nubla mi vista de cenizas volcánicas;
siento envidia de no ver el prado
o los rayos cálidos del medio día
o escuchar a las aves con su canto.
Cuando esos hombres beben tranquilos del vaso que escansían
cuando asienten con la mirada la llegada del bienaventurado
y cuentan con paciencia los pasos que caminan;
siento envidia por caminar en lodazales sin fondo
trastabillar entre temblores de tierra
y la furía intrépida del maremoto.
Cuando las grietas se abren y supura de ellas lava volcánica
y las manos son presa de temblores de tierra
y la mirada de lluvia ácida;
¡cuánto yo quisiera, tan sólo un día,
sentir la brisa fresca de primavera!
¡Cuánto yo quisiera sonreirle al espejo,
bañarme sin quemaduras por el río
y beber de la lluvia su rocío
resbalando de unos labios no resecos.