Y en la carretera 234, se llenó y se petrificó de un sólo llanto, el cual, se endureció como la tormenta más efímera y más audaz del aquel invierno. Y fue como el acecho o como la vida misma, si se dió como el más de los funestos instantes cuando muere Graciela. Y tomó alas de viento y tomó alas que le cortaron el mal desaire, cuando en el alborada sucumbió un sólo desaire en salir por la carretera 234, y muriendo en el acto después en un fatal accidente. Cuando en el aire socavó muy dentro de la pura realidad, cuando llegó el desenlace o el final tan impetuoso como haber muerto en el acto en aquella carretera 234. Cuando en el aire se sintió como el suave final, cuando su alma voló como un pájaro asustado volando entre la lluvia y más por el impetuoso porvenir, dejando a sus alas mojadas entre la lluvia y el suelo. Cuando en el ocaso debió de ser como el flavo color, dejando a un lado el miedo y la opaca luz que se atrevía a desafiar la ternura y el suave tiempo tan nefasto como el haber ido sola y transitado por esa carretera 234 casi al anochecer irrumpiendo en un sólo cruel y vil accidente, en el cual, se debió de alterar su esencia y más su virtud de mujer volando hacia los aires con el ángel Pilulito. Y Pilulito sin saber qué hacer con el alma más inerte, fría, pero, las más puras de las almas, la de Graciela. Y Graciela, sin saber a dónde volar, sólo se enfrió su manera de fortificar su manera tan extraña de ver las cosas. Desatando la forma más efímera y con tanta penuria adyacente de creer en el desierto imaginario, fraguando una salida funesta, pero, tan aciaga como lo fue perecer en el camino lleno de fríos. Y el llanto se lamentó tanto, que fue sólo un momento tan extraño, inocuo al perecer y de cambio total en un clima de invierno a verano. Inventando en la mente, fraguando el momento, y combatiendo un instante en que al perecer se fue a morar con Cristo, su salvador, perdiendo la vida, y quizás ganando la muerte, pero, llegó Pilulito, un ángel que bajó en el mismo instante en que fallece Graciela, en la carretera 234. El llanto quedó como las lágrimas más poderosas de un alma pura, inerte, fría, pero, tan cálida como el mismo sol. Cuando en el momento se fue a hechizar la manera de ver y de observar con una pócima en el desierto lleno por fraguar un fantasma lleno de calidad y de suave desenlace. Y Pilulito, le dió a tomar su brebaje más cierto, el del alma fría, como él Pilulito le llama, pues, su esencia de ángel, lo llevó a indentificar a esa alma, la de Graciela, como una verdadera y tan real como la misma pureza. Si rodó su cuerpo por el pavimento, dejando inerte y fría la vida misma, sucumbiendo en un sólo desafío, descifrando lo cometido y llegando la fría, pero, tan temible muerte en el instante, pero, su alma voló lejos como queriendo abrir surcos y umbrales del mismo cielo. Cuando en el reflejo cayó como un frío relámpago, y se miró en el espejo, como en los cristales, donde su rostro se hirió con los pedazos de cristales inertes y fríos de su automóvil. Y Pilulito, observando y mirando todo desde un asombro o una magia de su eternidad o reencarnación tan audaz como tan efímera cuando cayó en tiempo y en una sola soledad destrozando a su pobre corazón. Y Pilulito sanó todo y sin perder ni un sólo segundo, pero, ella Graciela, ¿recuperó su cuerpo o no?. Fue sólo el alma, lo que tomó Pilulito, pues, si ella murió como todo mundo que le pasa dicha situación. Si él sólo tomó de su alma pura, sin ser impura, sólo ella, dejó su cuerpo allí tirado en el pavimento, frío, inerte y sin alma, solamente un cuerpo muerto, y sin vida, purgando en el suelo donde aquella carretera 234 la lanzó desde aquel automóvil a su vil cuerpo, moribundo, tiritando entre la muerte y la vida, con cristales rotos en el rostro, y socavando muy dentro la misma vida, que le dió un Dios, y que Él mismo quizás se la arrebató, cuando al llamarla por su nombre se fue a morar con Cristo al cielo.
Y Pilulito, con su alma fría, con su brebaje fructífero y perfecto, le da a tomar a Graciela, a su alma fría, la pócima de él. Y el alma de ella, de Graciela, vivió eternamente y en reencarnación, renació y revivió, otra vez, en el combate de Pilulito, por salvar su vida y su trayecto y más su trayectoria. Cuando se lanzó, su cometido de luz de esa alma viva y más con un proyecto por supervivencia, que tomó Pilulito entre su ser y más entre su alma. Cuando reencarnó, renació y revivió, sólo se llevó su alma hacia el más pasaje fabuloso de creer en el alma más pura y más cristalizada y transparente que el agua misma. Cuando en el cristal se vió traspasada, y con una punzante y letal herida, cuando sólo se llevó a pulso a pulso, un sólo dolor. Y un funesto y aciago momento, cuando en el aire socavó muy dentro, haciendo volar a su alma por el aire y más por el mismo viento que la llevó a Pilulito. Era un cruel fantasma, o un alma a la deriva, sin fronteras y sin horizontes. Lo que dejó ese vil accidente en la carretera 234, dejando inerte al alma de Graciela, fría y desolada y casi moribunda, y más muerta, si muere en el acto en aquella carretera 234, cuando se accidentó su automóvil. Y Graciela, llevando a su alma fría, hacia un sólo destino, hacia un sólo camino. Cuando en el torrente y sin salvaciones, se llenó la crudeza de estar casi en carne viva por el accidente fatal de Graciela. Y el llanto corrió por la carretera 234. El llanto cegó a Graciela, y más a Pilulito, en esa carretera 234, la cual, logró acechar a Graciela, en una gran velocidad, ceguera y descontrol de un sólo guía. Cuando en el ámbito cerró lo que más encrudece de tiempo y de soledad. Cuando su llanto quedó petrificado en la carretera 234. Cuando en la súbita muerte se la llevó lejos de allí, dejando un sollozo, y un llanto que luego sería crudo en los oídos de alguien más. Cuando su llanto y el sollozo no cambió en nada su fuerza de espíritu y de su alma corta por los alrededores del tiempo, y más de esa carretera 234. Cuando en el tiempo, sesgado, y sosegado, no cumplió con la suavidad de su llanto, sino con la dureza del tiempo, si pasaron como doscientos años desde ese fatal accidente en la carretera 234, cuando se logró apaciguar ese llanto en la carretera 234. Y fue ese llanto, el cual, se debió de enfriar el deseo y más el reflejo de caer en los espejos de la vil muerte, cuando su rostro se vió marcado entre aquellos cristales rotos del automóvil accidentado. Cuando en el combate de ir se dió con los menos pensado, cuando en el ojal de una aguja se halló lo que nunca ese cruel y triste sollozo de ella, de Graciela, al morir en la carretera 234. Cuando en el instante se automatizó la gran espera de esperar por la voz que clama desde el interior de esa carretera 234. Cuando en el alma, se debió de automatizar la inesperada faena de esperar por una sola salvación, pero, ineficaz e intolerable. Si en el alma se debió de creer en el ocaso inerte y frío, descendiente de una álgida piel por una lluvia desde el mismo corazón. Cuando en el imperio fue el más nefasto de los tiempos, cuando cayó en tiempo, y en recelos, de reencarnar una sabiduría, o un sólo tiempo. Cuando en el álgido momento se entristeció de pena y de sufrimiento, cuando en el gélido dilema, se entristeció de ambigüedad, y de continuidad, cuando en el alma se aferró a descender lo que más fue como el más inmenso cometa de luz, cuando descendió lo que más fue su propia alma. Cuando en el alma voló cuando se accidentó en la carretera 234 su auto, cuando se aferró la única alma a volar lejos desde los cimientos de ese cruel y vil pavimento, el cual, nunca soltó a su cuerpo herido. Y tan irreal, sino tan real como el haber sido herida con cristales y con un guía que soltó a su cuerpo haciendo que se expulsara hasta su alma por la puerta accidentada y destrozada por el camino que venía de frente.
Continuará……………………………………………………………………………………..