Caminando por la calle
miré una flor que nacía,
del borde de la banqueta,
dulce, tierna y amarilla.
Me detuve a contemplarla
olvidando a donde iba
cuando de pronto, escuché
una voz que me decía:
“Disculpa ¿Qué estás mirando
con tal asombro y tantísima
emoción?” Yo respondí
señalando la flor: “Mira
¿No es acaso milagrosa
la exquisita florecilla
al borde de la banqueta
dulce, tierna y amarilla?”
Y entonces la voz me dijo
de manera compasiva:
“Me parece que fantasmas
como un loco tú deliras
¿En verdad no te has fijado
que esa flor, la que me indicas.
no es más que un jirón de tela
sucia, triste y amarilla?”
En el acto giré mi
rostro y observé una niña
de cabello negro y ojos
como velas encendidas,
que lentamente tomaba
el jirón de tela fría
y, a su vez, limpiaba con
delicada sacudida.
Absorto miré su mano
y pensaba que mi vista
me engañaba, o quizá
me engañaba aquella niña.
Pasaban mil automóviles,
vientos de tarde crecían,
y mis ojos se quedaron
como negras rocas frías.
Quizá de un vestido fue,
o quizá de una camisa,
no importaba, pues lo cierto,
es que flor jamás sería.
Caminando por la calle
sucia, triste y amarilla
olvidé un jirón de tela,
una flor y aquella niña.