Al atardecer de un día otoñal,
intenté caminar entre montañas
y dejar que la yerba creciera por
la ladera,
que los rayos de sol penetrasen
por la arboleda,
junto al resplandor del arcoíris
y el canto de las cigüeñas...
Caminé firme y constante,
como un colibrí en su aleteo
sin brisa, ni viento,
acompañada por la paz y el
silencio.
Y al amanecer cuando
el sol se pone sobre el horizonte
un aurea de luz blanca
se posa sobre mis sabanas,
fui como brasas
que siempre dejaron ascuas.
Y en la cima de la montaña,
solo mi presencia me acompañó;
el vuelo de las aves y el calor de
los rayos solares; era el preludio
de una mañana que abrazaria la
felicidad de mi alma.
Tonos púrpura y ocre abrazan
las calles en un expectaculo de
color y matices solares
dando luz a los ventanales.