Fue valiente
y feliz sin saberlo
atrapando naranjas
al vuelo
y al detalle guardó
(también sin saberlo)
en un rincón de la memoria
el perfume simple
y luminoso.
Se ahogó de mar
y de besos
y atrapó la dicha
de aquella navidad
en el tiempo incandescente
de los fuegos artificiales.
Sin ton ni son;
por inercia y por tedio
se lanzó de cabeza
a la noche de alcohol
y de riesgo,
al amor y la traición;
a los largos adioses
y a la muerte de los otros
que se van dejando
una estela perenne
en el turbulento río
de Heráclito.
¿Para qué el perfume
de la infancia,
para qué la joven valentía,
para qué los recuerdos
de mis muertos?
Inexorable y pesada
llega la tarde,
lenta como un emisario que duda,
y el poeta,
después de todo,
toma el lápiz,
mastica el borrador
y frente al blanco papel
no se le ocurre nada.