juanestrada

Y el poeta decide escribir

Fue  valiente

y feliz sin saberlo

atrapando naranjas

al vuelo

y al detalle guardó

(también sin saberlo)

en un rincón de la memoria

el perfume simple

y luminoso.

 

Se ahogó de mar

y de besos

y atrapó la dicha

de aquella navidad

en el tiempo incandescente

de los fuegos artificiales.

 

Sin ton ni son;

por inercia y por tedio

se lanzó de cabeza

a la noche de alcohol

y de riesgo,

al amor y  la traición;

a los largos adioses

y a la muerte de los otros

que se van dejando

una estela perenne

en el  turbulento río

de Heráclito.

 

¿Para qué el perfume

de la infancia,

para qué la joven valentía,

para qué los recuerdos

de mis muertos? 

 

Inexorable y pesada

llega la tarde,

lenta como un emisario que duda,

y el poeta, 

después de todo,

toma el lápiz,

mastica el borrador

y frente al blanco papel

no se le ocurre nada.