Canto a los hombres y a las armas...
A toda luz le sucede
una sombra.
A toda belleza le hace sombra
la fealdad.
A toda lumbrera se le opone
la oscuridad de la ignorancia.
A toda magia le secunda
lo invisible del descuido,
de la distracción atenta.
A toda alegría se le tiñe
con un baño de tristeza.
A toda lágrima, sea de alegría
o de pena, le precede una mueca,
un quejido largo y sedoso a veces,
otras fiero y rugiente.
A todo monstruo silente le sigue
el ruido delatante de un cacharro,
que a destiempo surge,
de entre los recovecos de un lavabo.
A todo tu amor descarnado le muere
el intento sosegado, a veces,
otras tormentoso y de arrebato,
de recomponer este rompecabezas
que es tu deseo y no el mío.
En ti confío su sepultura, ahora sintamos
el regusto lechoso que nos otorga
el momento... el dichoso momento.
Cierra despacio amor, cuando salgas,
que las vecinas oyen tras sus puertas,
y les delata el ansia de saber sin comprender
de qué va esta farsa, en qué consiste
el desdoro que se dibuja en sus solapas.
Tú calla, y obedece, que la tarde apremia
y el amor no tiene ganas, pero hagámosla
antes que nuestra historia anochezca.