Harto de vino y torraos
iba D. Juan por la calle,
tropezó en una farola
y con un escueto
-¡Hola!
La agarró bien por el talle.
Mientras, sus ojos prendaos,
quedaban como enganchaos
en el brillo deslumbrante
de aquella esbelta Manola
que encontrándose tan sola
prestaba su luz radiante
a los ciegos y alumbraos.
Creyendo que lo entendía,
dijo, con ojos vidriosos
y la voz estropajosa
-Dime tú doncella hermosa
¿Por qué tus ojos preciosos
tienen esa luz tan fría?
-Amor mío,
es cierto,
que tengo los ojos fríos.
-Le contesta la farola,
-o eso cree en su desvarío-.
-Los tengo expuestos al viento
y de la noche al rocío.
Solo tengo por amigos
los perros de la ciudad,
que olisquéanme por debajo
y me acaban por mear,
y borrachos,
que también hay cantidad,
me abrazan cual si quisieran
ponerme un piso en Ferraz.
Con los coches no te digo
lo que me puede pasar,
pero les tengo más miedo
que al fuego tiene el pajar.
¡En fin!
Que triste es la vida
si anclada en el suelo estás,
gustaríame ser querida
y quitar la oscuridad,
iluminar la avenida,
aportar felicidad,
de luz llenar la existencia
de la gente del lugar.
Pero mi destino es otro,
de día les veo pasar
con sus prisas y sus cosas
y su urgencia al caminar,
de noche sacan al perro
por si me quiere mear.
La base me están pudriendo
de tanto y tanto mojar.
En ese justo momento
viene a despertarse Juán.
Abrazado se ha dormido
llegando incluso a soñar.
Le da un beso a la farola
y dice
-¡Que guapa estás!
Tengo que dejarte sola
pues me tengo que marchar,
ahora voy al Ayuntamiento
que allí te quiero comprar,
quiero ser tu único dueño
y tenerte en propiedad.
Serás Reina de mi casa,
mi alcoba iluminarás,
acompañarás mis sueños
con tu idílico brillar.
Tus luminarias brillantes,
con cariño limpiaré
y tus bajos oxidados,
con amor repintaré,
besuqueos de borracho
no tendrás que soportar
ni te mearán los perros
que salen a pasear.
Al ladito de mi cama
te pondré en un pedestal
serás Princesa del cuento
salvada por tu D. Juán.