Leonardo E. Arteaga Ibarra

Hielo y ceniza

Escarcha, granizo y sequía era lo que su mirada decía,

tormenta y relámpago era lo que su sonrisa me hacía.

Erosiones y temblores fueron sus caricias,

una erupción de amor fueron nuestros días.

 

Un día su desamor mostró y callada se quedó,

las noches tibias habían terminado.

El clima cambió; la primavera a otoño pasó

y el invierno al verano se adelantó.

 

Hielo y ceniza dejaron sus besos en mis huesos,

hicieron oscuro este cementerio y profundo el entierro.

Labraron tristeza y pereza en todo mi cuerpo

y compusieron nocturnos a los cuervos.

 

Se congelaron las flores y murieron los ruiseñores.

Los girasoles a la luna comenzaron a seguir

y los colibríes a las lombrices digerir.

Las luces de las luciérnagas eran de color gris.

 

Los grillos de la noche cantaron silencio,

pero la lengua del Golem por fin habló

y con sus palabras transformó

mi carne en arena fina,

mi sangre en piedra fundida.

 

Era la voz de trueno que alguna vez me amó,

eran los labios que a mis tardes abrigaron,

era la hiedra de la que me había colgado,

era la mujer que había amado.

Y con su boca pronunció:

“nuestro amor se ha terminado”.