Escarcha, granizo y sequía era lo que su mirada decía,
tormenta y relámpago era lo que su sonrisa me hacía.
Erosiones y temblores fueron sus caricias,
una erupción de amor fueron nuestros días.
Un día su desamor mostró y callada se quedó,
las noches tibias habían terminado.
El clima cambió; la primavera a otoño pasó
y el invierno al verano se adelantó.
Hielo y ceniza dejaron sus besos en mis huesos,
hicieron oscuro este cementerio y profundo el entierro.
Labraron tristeza y pereza en todo mi cuerpo
y compusieron nocturnos a los cuervos.
Se congelaron las flores y murieron los ruiseñores.
Los girasoles a la luna comenzaron a seguir
y los colibríes a las lombrices digerir.
Las luces de las luciérnagas eran de color gris.
Los grillos de la noche cantaron silencio,
pero la lengua del Golem por fin habló
y con sus palabras transformó
mi carne en arena fina,
mi sangre en piedra fundida.
Era la voz de trueno que alguna vez me amó,
eran los labios que a mis tardes abrigaron,
era la hiedra de la que me había colgado,
era la mujer que había amado.
Y con su boca pronunció:
“nuestro amor se ha terminado”.