Un niño grande se hace pequeño a la misma hora,
las mismas caras, los mismos nombres,
todo lo que no me interesa,
la misma silla, el mismo pupitre viejo y gastado,
rayado de tiza y tinta,
y un hombre que apenas conozco
leyéndome un rosario de letras grises
como si un cura leyera la misa,
unas moscas voladoras intentaba yo dar caza,
mientras el de mi lado
llenaba granos de arroz en tubos gastados
y escupía su risa a quien pasara por su lado.
Entonces las manecillas daban ya las once
y corría muerto de ganas, a patear un balón
que todos perseguían,
dos piedras y dos chaquetas
matando el frio, hacían a la vez de portería,
y cuatro risas ,algún porrazo
y goles despistados
rompían la monotonía de la mañana
y medio dormido al final de la fila
bien se me daba coño eso,
hasta que la tiza punzante
de un viejo maestro hilarante
me devolvía de nuevo a la clase,
la misma cara, los mismos nombres,
un pupitre rayado
y todo lo que no me interesa,
excepto una campana
que sonaba puntual cada mañana,
cuando el reloj y las manecillas
marcaban de nuevo la una.