No conozco más que el brillo de sus letras
y, a retazos,
el susurro del abrazo
que me envuelve si recita sus poemas.
Ni su rostro, ni los trazos
del fulgor que reverbera
cada vez que de sus labios,
como estrellas,
sus palabras centellean.
Ni siquiera el atisbo de un vistazo,
ni de lejos ni de cerca,
la ha traído a mi presencia.
Ni siquiera…
Pero sé de su alma y de su esencia.
De la eterna primavera
que florece en los campos
más sensibles de su pluma y de sus yemas.
La caricia con que escribe, su belleza,
la pureza de sus salmos,
de esos versos delicados
donde aflora el suspiro de sus venas.
Y también sé que en esta guerra,
que ahora libra contra el diablo,
sus palabras son su fuerza,
la armadura inquebrantable de pedazos
de emociones y vivencias.
Sé que es “ella”,
solamente…,
la que esquiva el manotazo
de la vida y lo cercena,
que es valiente
y que es bella.